La gestión de residuos o el arte de hacer desaparecer nuestra inmundicia (v2)
- Pamela Natan
- 11 ago 2019
- 6 Min. de lectura
Y la basura hizo ¡plaf! y desapareció
En tiempos en que la problemática ligada a la gestión de los residuos aparece cada vez con más frecuencia en la agenda pública, más de uno sale a proclamar la necesidad de seguir el “modelo europeo” y hace eco la frase de que “en Europa no generan basura porque todo se recicla”. Pareciera ser que, en materia de residuos, TODO está solucionado en el viejo continente: sistemas eficientes de recolección diferenciada, y tratamientos de valorización que convierten los desperdicios en nuevas materias primas y energía “verde” para nuevos procesos, en un círculo virtuoso “perfecto”. Allí, las instrucciones son claras: “usted consuma y tire, pero fíjese de respetar el tacho negro y el tacho verde, y no se olvide de seguir consumiendo”. Cada cosa en su lugar y así, con la conciencia aliviada, puede uno sumergirse en su zona de confort. Pero sucede que el verde también destiñe al primer lavado: detrás de esa aparente “ausencia de basura” se esconden toneladas que en mucho sobrepasan a los países del sur, y se erige un magno negocio que cuenta con los medios técnicos y económicos para invisibilizar este mal tan propio de nuestra sociedad de consumo.
Lastimosamente, la basura, no es de las que brillan por su ausencia.
Por ello, este artículo pretende introducir al curioso en los conceptos clave de la gestión de residuos y ofrecer algunas pistas para sumar al debate de cómo ésta se implementa en Europa en general y en Argentina en particular. Me parece conveniente echar luz sobre algunos “ideales” que creamos cuando nos encandilamos mirando al otro lado del charco.
Pasemos pues, en primer lugar, a definir algunos conceptos.
¿Qué es un residuo?
La directiva europea 2008/98/CE lo define como “cualquier sustancia u objeto del cual su poseedor se desprenda o tenga la intención o la obligación de desprenderse”. En Argentina, la Ley Nacional de Gestión de Residuos Domiciliarios Nº 25.916, los define como “aquellos elementos, objetos o sustancias que, como consecuencia de los procesos de consumo y desarrollo de actividades humanas, son desechados y/o abandonados”.
Es decir, que un residuo está directamente relacionado a un acto de consumo y a una voluntad subjetiva de “dejar de poseerlo”. Así, cualquier cosa -desde un cuaderno impecable, una manzana entera y sabrosa, una birome en perfecto estado hasta un envoltorio, un carozo o una botella rota- se transforman en residuos en el momento en que su poseedor los considera sin utilidad para sí mismo y los descarta. Somos una dualidad consumidores-de-cosas/productores-de-residuos.
¿Qué es la gestión de residuos?
La gestión de residuos refiere a las acciones de manejo de los mismos que, según la normativa nacional, tienen como objeto “proteger el ambiente y la calidad de vida de la población”. Abarca desde la generación hasta la disposición final en el lenguaje reglamentario argentino y desde la recogida hasta su tratamiento en lo que refiere a los vocablos comúnmente utilizados en el viejo continente. Ambos incluyen la noción de “tratamiento” que puede adoptar diversos matices según las tecnologías y técnicas localmente disponibles y aplicadas…
La jerarquía de gestión de residuos y cómo ésta se aborda según el contexto europeo frente al argentino
La directiva europea plantea una jerarquía de tratamiento de residuos basada en cinco niveles de acción que se resumen en el siguiente esquema. Tal orden de prioridad a nivel político y legislativo va en consonancia con el impacto ambiental que cada uno de los eslabones conlleva.

Como podrán notar, la jerarquía es fundamental. Ciertamente, el gran volumen de residuos que se generan en los principales países europeos son eficazmente recogidos y transportados a sus diferentes circuitos de tratamiento, alimentando la industria principalmente del reciclaje (3er puesto de la jerarquía), la valorización energética (4to puesto) y la eliminación (5to puesto). No es de sorprender que sean estas tres ramas las mejor desarrolladas: son las que mejor responden a los intereses del capital bajo la pauta de “sigan consumiendo mucho, paguen sus impuestos que nosotros nos encargamos de sus desperdicios”. Las empresas productoras/recicladoras obtienen ingresos por la puesta en el mercado de sus productos (muchos de ellos son simplemente envoltorios que ninguna utilidad tienen para el consumidor y que van a desechar inmediatamente luego de adquiridos) y obtienen ingresos por ofrecer el servicio de tratamiento de ese gran volumen de residuos generados que les representa, al mismo tiempo, la materia prima para un nuevo proceso. La incineración (vendida como “valorización energética”) y el enterramiento (vendido como “relleno sanitario”) se paga por tonelada y permite generar dividendos a los grandes grupos multinacionales como Suez y Veolia que poseen la solvencia necesaria para montar tales instalaciones, al tiempo que alivia las conciencias de la población al hacer desaparecer las inmundicias que nadie quiere ver.
En términos de prevención, reutilización y compostaje, numerosas estructuras surgen para accionar a estos niveles, en particular asociaciones y empresas de la economía social y solidaria (ESS). La sensibilización y promoción del consumo responsable forman parte de las agendas locales, y la reglamentación también avanza en este sentido (limitada, claro, por el lobby de los grandes grupos). Pero en el mundo industrializado europeo también surgen problemáticas que los argentinos, encandilados por el esplendor, perdemos de vista: estimaciones de la FAO señalan que con todo el alimento en buen estado que Europa tira por año se podría resolver el problema del hambre en el mundo.
Por su parte, pareciera que, en Argentina, estaríamos más “avanzados” (léase con un poco de gracia) en términos del respeto de la jerarquía ya que el poder adquisitivo menor funciona a nivel de prevención y las pautas culturales de reutilización forman aún parte de nuestros usos y costumbres. Ejemplos de esto son la gran oferta de servicios técnicos (los “service”) que reparan electrónicos y electrodomésticos –luchando así contra la obsolescencia programada-, el tradicional zapatero que repara calzado roto, la costurera del barrio que hace magia con las prendas descocidas, y el clásico sistema de cerveza en botella retornable, que tras su inspección, lavado y rellenado vuelve al circuito de comercialización numerosas veces. No obstante, tenemos un largo camino a recorrer en lo que refiere a la formalización de los circuitos de recolección diferenciada, a la reducción de los plásticos de un solo uso, y en la aplicación de los últimos tres niveles de tratamiento. No debe perderse de vista que la implementación de tecnologías para la eliminación (5to puesto) deben ser considerada una solución CO-YUN-TU-RAL: hoy en la Argentina la cantidad de rellenos sanitarios es escasa y los basurales a cielo abierto son la norma en la mayoría de las localidades. En un sistema de economía circular ideal, aplicando la Reducción/Reutilización/Reciclaje (3R) en su totalidad y la valorización energética (4to puesto) de forma parcial -por ejemplo, utilización de restos de poda como combustible para calefacción- casi no habría basura para ser enterrada.
Hacer un copy/paste de la hi tech europea nos somete a transitar un camino por demás ineficiente que de ninguna forma resuelve el problema de base. El abordaje de la gestión de residuos debe ser integral y contextualizado, poniendo en valor los recursos humanos locales, y los circuitos existentes para formalizarlos. Si bien hay mucho por hacer, es a través de la mutualización de saberes, prácticas, tecnologías y, sobre todo, aprendiendo de los errores colectivos y sumando compromiso social y ambiental que podremos hacer frente a esta problemática que no reconoce fronteras.
¿Propuestas?
En países fuertemente industrializados, los circuitos de recolección diferenciados están institucionalizados y en gran parte gestionados por privados. En cambio, en Argentina, el mayor volumen de residuos que se valoriza es gracias a los circuitos de la economía informal. Validar social e institucionalmente la labor de los recuperadores urbanos (los “cartoneros”), acompañarlos en la mejora de sus condiciones laborales, reconocerlos como actores clave de la gestión de residuos sería parte de una política pública de triple impacto.
Por otra parte, promover el compostaje domiciliario, barrial o a proximidad, es otra de las líneas que sería necesario abordar. No sólo porque la fracción de orgánicos representa la mitad de nuestra basura diaria (y por ende, tratarla a proximidad significaría un objetivo de reducción del 50%) sino que invita al ciudadano a ser partícipe de la gestión de su residuo, es decir, a responsabilizarlo. Asimismo, podríamos esperar un efecto multiplicador: el usuario toma conciencia de que sus residuos son heterogéneos, que algunos son compostables y otros no, y que aquellos que no lo son precisan de procesos complejos de recuperación… incitando a la reducción es éstos en origen. Educar desde la acción ejemplificadora conduce a un despertar de la conciencia colectiva, necesaria para desarrollar un compromiso ciudadano. Ambos, elementos fundamentales para redefinir la gobernanza que amerita la gestión de nuestra basura que, como cita la ley, debe velar por la protección “del ambiente y la calidad de vida de la población”.
Para profundizar más:
Ecología política de la basura – Pensando los residuos desde el sur. Compiladora: María Fernández Solíz
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