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Comprar ropa usada, una forma de aplicar la segunda de las 3R (reducción-reutilización-reciclaje)

  • Pamela Natan
  • 24 abr 2019
  • 3 Min. de lectura

Empecé a comprar ropa usada en las ferias americanas que se encuentran por todo Salta. Carpas azules en cuyo interior se extienden largas mesadas llenas de prendas para grandes, chicos y medianos, cuerpos anchos y angostos, planos y redondos. Una diversidad que en los negocios estándar no se encuentra. Antes me daba “cosita” usar ropa de cuyos dueños anteriores nada sabía. Con la recomendación de lavarlas con vinagre -para sacarles la mala onda- hice a un lado mi prejuicio y empecé a consumir de otra forma en lo que a vestimenta se refiere.

Ahora que repensar mis residuos forma parte no sólo de mi búsqueda personal sino también profesional, me pareció interesante escribir sobre esta alternativa que se plantea ya no sólo por una necesidad económica, sino también por una toma de conciencia ambiental.

La industria textil es una de las actividades más contaminantes, posicionándose en segundo lugar luego de la del petróleo y sus derivados. Investigaciones recientes señalan que reutilizar un sólo kilogramo de ropa podría representar un ahorro de hasta 3,6 kilogramos de emisiones de dióxido de carbono. Si nos vamos a la jerarquía de gestión de residuos, la reutilización es una forma más de prevenir la producción de basura, al posibilitar la segunda vida de un objeto que de otra forma sería descartado. Debería ser, entonces, prioritaria en un plan de políticas públicas.

Para muchos segmentos de la sociedad, comprar ropa usada pareciera ser algo reservado a quienes no tienen suficiente poder adquisitivo para darse “el lujo” de comprar ropa nueva. Esa apreciación refleja, a mi entender, un claro conflicto de valores: pareciera ser que hay cosas “de pobres” y cosas “de ricos”. En todo caso, resulta interesante constatar cómo esos paradigmas pueden darse vuelta rápidamente. La fórmula mágica: iniciar la frase contando cómo “en Europa” ciertas formas de consumo se ponen a la moda. Y sí, resulta ser que del otro lado del charco comprar ropa de segunda mano es “eco-friendly” y no está tan mal…


Consumir de forma amigable con el ambiente, algo que también existe en Argentina

Lo que en los barrios conocemos como feria americana, se convierte en las calles de Palermo en friperias cool. Y bienvenidas sean. Una mesa atiborrada de prendas puede resignificarse en unos percheros con ropa bien acomodada, clasificada; un ambiente en que el aspecto es tan importante como el contenido y que, en definitiva, responde a nuestra necesidad de goce estético. Así son los locales de Cocoliche, un emprendimiento que nace de la mano de Constanza y Brenda, dos flacas que, apasionadas de la moda, le dieron forma a su proyecto y hoy ofrecen una alternativa de consumo responsable para sus clientes.


Cocoliche, ropa con otra oportunidad

A Constanza la conocí hace unos años, cuando laburaba en relación de dependencia para un organismo estatal mientras dedicaba su tiempo libre a darle vida a su proyecto de venta de ropa usada “con estilo”. Arrancó con su compañera Brenda intercambiando prendas que ellas o sus familias ya no usaban, previo proceso de selección para garantizar que estuvieran en condiciones de ser re-utilizadas. En 2015, abrieron su primer local en La Plata, un espacio donde pallets, chapas y otros descartes se combinan de forma tal de crear un ambiente agradable y “reciclado”.

Cocoliche funciona como intermediario entre clientes que quieren deshacerse de ropa que ya no usan, y aquellos que estén en la búsqueda de nuevas oportunidades. Tras un proceso de selección, toman en consignación aquellas prendas que son potencialmente vendibles en el mercado. El crédito para quienes han aportado sus vestimentas varía entre un 50% y 33% que puede ser canjeado por otras o retirado en efectivo.

Desde sus inicios a esta parte, el emprendimiento ha crecido mucho. Hoy cuentan con un segundo local en La Plata dedicado a la venta de ropa para niños (“MiniCocoliche”) y otro en Palermo, generando así 15 puestos de trabajo. Del contacto con sus fundadoras, sólo puedo expresar mi admiración ante la evidencia de que, poniendo toda la garra, han logrado transformar un sueño en una realidad. A través de Cocoliche, contribuyen a proponer formas alternativas de consumo en segmentos que años atrás eran impensables. Como dicen en Francia: chapeau (“me quito el sombrero”) ante las emprendedoras.


Sitio web: https://www.somoscocoliche.com/

 
 
 

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