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Zemarai, o la historia del aprendiz de bici-recolección de residuos

  • Pamela Natan
  • 3 ago 2018
  • 5 Min. de lectura

Mon pays c’est bien, le seul problème c’est la guerre, toujours la guerre (« mi país está bien, el único problema es la guerra, siempre la guerra »). Una guerra que dura ya 40 años.


Zemarai tiene 29 y es afgano. En 2016 debió dejar su país, luego de que los talibanes lo ficharan como empleado de una empresa norteamericana. Ahí recibió la amenaza de muerte y supo que si no se iba, “lo hacían boleta”. Asique sacó plata de donde no tenía -unos miles de euros- para que un guía lo condujera hasta Europa. A pie.


Me lo presentaron hace una semana. Zemarai es el empleado en inserción que debes formar para el BIOCLOU. Habla francés, sabe leer pero no tanto escribir… ¡ah! y sabe andar en bicicleta. Él es el objetivo de mi trabajo: hace meses que estoy elaborando el material didáctico, la guía para el docente, el referencial de competencias y saberes para el puesto de “agente de bici-recolección de residuos”. Toda la experimentación que vengo desarrollando es para no perder ningún detalle, para poder transmitir desde el “hacer” este nuevo empleo que creamos desde la empresa de inserción laboral de personas en situación de vulnerabilidad de la que formo parte.


La segunda fase de la experimentación arranca: tengo un “aprendiz” a cargo. Zemarai empezó a trabajar hace poco menos de un mes en el área de huerta y compostaje. Una vez a solas, en la cocina de la oficina, saca un pepino enorme y me lo ofrece. Ça c’est pour vous (“esto es para Usted”).


Los empleados en inserción tienen contratos de entre 2 a 24 meses a lo largo de los cuales reciben capacitación en el puesto de trabajo, son acompañados social y laboralmente. Eso significa que reciben asesoría para resolver cuestiones de hospedaje, familia, papeles, y en paralelo un profesional les ayuda a elaborar su Curriculum Vitae, a postularse a búsquedas de empleo, a prepararse para las entrevistas. Durante ese tiempo son remunerados por la prestación de sus servicios. En el caso de Zemarai, aparte de trabajar en la plataforma de compostaje y huerta, ahora le toca pasar 7 de sus 32 horas semanales conmigo, en el proyecto piloto BIOCLOU. Los miércoles por la tarde y los viernes por la mañana salimos a hacer la gira en la bici-remolque para recibir los residuos orgánicos. En esas estamos mientras me cuenta.


Dos meses estuvo caminando. Durmiendo donde la noche cayera sin siquiera una carpa. Me enumera los países por los que pasó. ¿Por qué a Francia? Tenía un amigo que me dijo que venga para acá. También tenía otros amigos en Alemania pero cuando llegó se negó a que le tomaran las huellas digitales y al día siguiente le indicaron que debía abandonar el país. Pasó por Italia, Suiza y así llegó a Estrasburgo. ¿Y cómo te comunicabas con tus amigos? Por Facebook, todos tenemos face.


La formación de agente de bici-recolección está estructurada en 4 módulos que abordan desde la mecánica de la bicicleta hasta nociones básicas de gestión de residuos, pasando por técnicas de comunicación y procedimiento para registrar datos. No sé si sabe qué es un residuo orgánico, yo no sé ni qué idioma se habla en su país. Tampoco estoy segura de que entienda todo lo que hablo, yo no creo poder imaginar lo que es vivir bajo bombardeos.


En Afganistán salís temprano a trabajar y no sabés si volvés a casa. Yo hacía tres años que había conseguido este trabajo en un laboratorio norteamericano de mejoramiento vegetal. Trabajaba con árboles frutales. Me explica un procedimiento y entiendo que se refiere a los injertos. En su Smartphone me muestra fotos: él sentado en un escritorio con una computadora, él en un invernadero con un delantal, él rodeado de un equipo de trabajo, él en una selfie.


Para que sea más sencillo, elaboré fichas pedagógicas de una sola hoja que le entrego en cada encuentro. Están llenas de imágenes y de mini-diálogos como una historieta. Hoy toca que practiquemos rellenar un nuevo registro de usuario. Asique hacemos un juego de roles y bajo una identidad falsa él completa en la planilla los datos que le voy diciendo.


Hace seis meses me dieron los papeles. Cuando llegué fui a la Prefecture en donde me anotaron y me dijeron que espere. Pasaron diez meses hasta que me citaron en París. Un juez y un intérprete afgano/francés indagaron sobre los motivos por los cuales estaba aquí. Finalmente, unos meses después aceptaron su demanda de asilo y le emitieron su primer “titre de séjour”. Me muestra la pequeña cédula de identidad que guarda preciosamente en su billetera. Zemarai tuvo suerte, cerca de 5600 afganos demandan asilo en Francia cada año y menos de un tercio de las solicitudes son aceptadas.


Una persona viene a depositar sus residuos orgánicos. Zemarai lo registra con el contador manual. Lo miro. Intento imaginar todo lo que me cuenta. Quiero saber todo. También sé que quiere contarme, fue él quien inició la conversación, preguntándome cuál era el plato típico en Argentina. Y luego contándome de la gastronomía afgana. Pero fue una excusa. Él quiere contarme su historia, contarme quién es, en un francés que cuesta pero que comunica. Y yo quiero que me cuente.


Cuando llegué acudí al 115 que me dio albergue en distintos departamentos que hay por toda la ciudad. Primero me daban 300 euros por mes para comer y pagar albergues, luego desde que me asignaron un hospedaje definitivo me dan 200 porque ya no tengo gastos de alquiler. Vive en la periferia, tiene una bici que le paso una familia afgana pero él prefiere tomar el tranvía. De los meses de divagar entre diversos refugios fue encontrando otros compatriotas que se volvieron sus amigos. Uno de ellos viene a visitarlo a su nuevo trabajo. ¿Qué historia habrá tras de este otro muchacho? Evito pensar porque ya siento la angustia y los ojos cargados de lágrimas. Las contengo. Estamos en medio de la Place Saint Etienne, el lugar está tranquilo porque son plenas vacaciones y no hay mucha gente en Estrasburgo. Se respira el aire festivo y relajado típico del verano.


¿Tenés mujer, Zemarai? Sí, tiene. Se casó seis meses antes de venirse. Me cuenta que los casamientos son todo un evento. ¿Ves? Todo este barrio acude a la fiesta. Señala un perímetro y sonríe. Nos encontramos todos a celebrar. Le pregunto por la música, si hacen música y me dice que los hombres no tienen permitido, que sólo las mujeres pueden tocar una especie de pandereta. Debe ser lo único que le permiten hacer a las mujeres. Reímos. Su esposa vive con su mamá. Seis meses de casados y dos años separados. Un permiso de residencia en su bolsillo, un hospedaje, un nuevo trabajo… una posibilidad de vivir ¿Cómo será "vivir" cuando su teléfono siempre sonando puede en cualquier momento traerle las peores noticias?


Mientras, nuevos usuarios se acercan. Quieren saber qué es esa divertida bicicleta con remolque. Quieren saber si pueden participar y se inquietan preguntando si el pan también se lo puede colocar en el tacho. No señores, el pan es para comer, no para tirar.

 
 
 

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