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Sobre hornos... de basura

  • Pamela Natan
  • 13 nov 2017
  • 3 Min. de lectura

Hoy fui a una incineradora de residuos. Una “unidad de valorización energética” es el nombre políticamente correcto para esa instalación, aunque desde el punto de vista normativo no le corresponde esa categoría: la eficiencia energética es inferior al 60% que debe alcanzar una planta para no ser considerada como usina de “eliminación”. Pero el cartel de entrada no dice eso, como tampoco dice que ese sea un lugar donde se invisibiliza uno de los tantos problemas de nuestro sistema productivo: el volumen creciente de generación de “basura”.

La “planta de valorización energética” funciona 24 horas, los casi 365 días del año. 22 toneladas de residuos por hora son incinerados, produciendo gases calientes a 900ºC cuya energía es empleada para generar vapor de agua a 350ºC que se utiliza como tal para el secado de la pasta de papel de una papelera ubicada a menos de 1 km, y para generar electricidad para el autoconsumo de la planta y la inserción en la red.

Pero obvio que la cosa no termina ahí, porque aparte de calor, la combustión genera gases y sólidos. Las cenizas (el mâchefer) se lo manda a un centro de maduración y si pasa los controles de calidad termina como materia prima para la construcción de rutas (en reemplazo parcial de los áridos). Los gases… bueno, imaginarán que la heterogeneidad de residuos que generamos, van a verse reflejados. En todo caso, es un coctel de ácido clorhídrico, sulfúrico, óxidos de nitrógeno, dioxinas, furanos. Los dos primeros se los extrae en lavado húmedo y los últimos pasan por un tratamiento catalítico. Y un sensor 24horas verifica que el resto que sale por la chimenea no sobrepase los valores normativos. Todo lo que se extrajo, esos polvos que concentran toda la mierda desechable de nuestro sistema, termina en un relleno sanitario de clase I como residuo peligroso.

Como digo siempre, la cagada no es la tecnología, sino cómo se la usa. Sin ir más lejos, en casa tenemos un horno y una estufa que funciona con residuos: madera de pallets y restos de poda (nótese que la calidad del residuo es, además, clave en la decisión). El problema radica en cómo la implementación de esta tecnología sigue desresponsabilizando a los productores y consumidores al respecto de la basura que generan.

Se me ocurren miles de propuestas que pueden aplicarse antes de que siquiera hablemos de residuos. Cuando lo que tenemos en la mano es un objeto deseado y no algo que ya no nos representa una utilidad. Incluso más, tengo miles de alternativas que se me vienen a la cabeza para que siquiera tengas que caer en la necesidad de “tener” ese objeto y de que podamos gozar igualmente de su utilidad. Pero las empresas no tienen ese interés. Pueden seguir vendiendo miles de kilos en formato de embalaje porque idearon un sistema por el cual pagan por poner en el mercado productos innecesarios (es el loguito de eco-embalajes que confunde al desprevenido haciéndole creer que significa “reciclable”). Es el famoso principio de contaminador-pagador, que absuelve a la empresa. Como confesarse, digamos, y resolver el tema rezando un par de padres nuestros. Y eso porque no quiero entrar a contarles cuánto paga el estado para incinerar cada tonelada de residuo… ahí ya sería demasiado alevoso el circuito perverso.

Bueno, entre ironía y juicios de valor, cumplo con compartir un poco del funcionamiento de las incineradoras. La parte “linda” la van a poder leer directamente en el sitio de internet.


 
 
 

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